Al
frente de una piedra blanca, más alta que un niño de trece años, sacada del Río
Reventado, vive el sacerdote retirado Luis Guillermo Calderón. De pelo canoso, siempre
con las faldas de su camisa dentro del pantalón y unos lentes de los que
oscurecen cuando la luz del sol los toca.
El
río, la piedra y el sacerdote es lo más conocido en San Nicolás de Cartago,
también llamado Taras. La piedra es utilizada para dar direcciones, como la
casa del cura Calderón. El río fue el culpable de que hace 50 años despareciera
medio distrito. Y el padre se sabe toda esa historia.
A
dos kilómetros de llegar al centro de Cartago está el distrito de Taras. Es un
lugar poco visitado, sin embargo es un punto de inicio para lo que podría ser
un buen día recreativo. El padre Calderón le gusta llamarlo ‘el ombligo’ de
Cartago.
Si
el plan es ir al Volcán Irazú, Taras es la ruta. Si lo que quiere es visitar dos
de las primeras iglesias construidas en Costa Rica, Taras le saludará.
Si anda en búsqueda de lugares altos con buena vista, los
miradores de Llano Grande y Loyola son
otra opción. Y sí, las calles de Taras lo llevarán. Para los 2.5 millones de
personas que hacen la romería a Cartago, es una ruta conocida.
Muchos simplemente cruzarán por el distrito cartaginés, y este
volverá a ser un pueblo poco recordado. No como en diciembre de 1963, cuando el
Río Reventado provocó inundaciones que dejó sin vida a varias personas y a
otras sin hogar. Taras tomó notoriedad por un momento.
El puente que comunicaba a San Nicolás con Cartago, antes de
las inundaciones, quedó destruido. Cinco años después de la tragedia, el padre
Calderón, como párroco, intentó construir un puente que se elevara cada vez que
el río crecía, sin embargo para ese entonces tenía un costo de ¢300 millones,
suma imposible de conseguir. Hoy están construyendo un puente de cemento en ese
mismo lugar, con un costo de aproximadamente ¢2.500 millones.
De la inundación se cuentan anécdotas de todo tipo. Como la
de dos primos que se encontraron la imagen de la Virgen de Fátima llena de
barro. Ellos la llevaron a una pila donde podían limpiarla, a unos 100 metros
de donde estaba, después de hacerlo la dejaron ahí. El día siguiente, para
sorpresa de ellos, en primera página del periódico La Hora estaba el siguiente
titular: '¡Milagro! Aparece la
Virgen de Fátima sana y salva'.
Una de las apariciones que los
habitantes del lugar hoy siguen contando, es la de la Benemérita de la Patria, Francisca “Pancha” Carrasco, quien nació en Taras y hoy su espíritu asusta a
muchos.
En
las calles de Taras no se ven muchos niños, la plaza de fútbol está seca. Es
difícil creer que ahí jugó José Rafael ‘Fello’ Meza. Esa misma gramilla sintió
los zapatos de uno de los jugadores del fútbol costarricense más reconocidos.
Fello
enseñaba al padre Calderón a patear la pelota cuando este apenas era un niño. El
jugador vivió en México, donde fue goleador, al igual que en Argentina, y
en Taras, encontró el amor. Una prima
del sacerdote.
La
vieja metrópoli se caracterizó por ser tradicional y conservadora. Fue un lugar
donde las madres solteras no eran bien vistas. Estas eran escondidas por sus
familias mientras el vientre se les ‘desinflamaba’.
Tradicional
como el tico que le pone o cambia el nombre a todo. San Nicolás de Tolentino es
el nombre original, cambiado a Taras, no se sabe aún por qué. Versiones no
faltan.
Una
tara es un defecto físico o psicológico, principalmente hereditario. Por esto,
algunos dicen que se trató de la sordera de los Mönch, unos extranjeros que se
instalaron en el pueblo y transmitieron la enfermedad a las siguientes
generaciones.
Se
dice que el apellido, por su pronunciamiento, cambió a Monge, como el segundo
apellido del padre Luis Guillermo, pero él no salió sordo.
Otros
cuentan que el nombre del lugar es debido a la unión matrimonial entre primos.
Los hijos de estos salían con malformaciones, o taras, lo que hizo que surgiera
la nueva designación.
Taras
también fue hogar del ‘cementerio muerto’, un camposanto que los habitantes de
la zona nunca quisieron usar. El cura Luis Guillermo donó el terreno a finales
de su cargo como párroco, debió recuperarlo y dejar sin cementerio al distrito.
Como
el cementerio, Taras a veces parece un pueblo muerto. En sus calles se ve poca
gente, y no muchos los visitan. Hoy, Taras es el cordón umbilical que el tiempo
cortó.