Pumas
colgando de una cable con la sangre corriendo por su piel y un hombre saludando
a la cámara cual valiente guerrero, perros con fracciones de sus bocas
rasguñadas, encerrados detrás de varillas dando la impresión de pedir auxilio con
sus ladridos, y dos gallos brincando uno encima del otro en una lucha que al
final el vencedor es devuelto al mismo
lugar que el vencido, la muerte.
Estas
escenas son las que hasta hoy y desde hace unos meses han tomado relevancia en
los ojos costarricenses y que sin embargo muchos defienden. Lo problemático de
la situación es el tratamiento que muchos le han dado al tema.
El
efecto manipulador y persuasivo que trató de darle una persona con su opinión a
la importancia para Costa Rica de las peleas de gallos, por medio de un campo
pagado en el periódico La Nación, la semana anterior, fue intimidante.
En él,
prácticamente nos consideró, a los que estamos en contra de este tipo de
maltrato animal, pecadores, pues según él, en el Arca de Noé venían gallos hechos
para combatir entre ellos y es por esto que se deben permitir.
Agregó
que hasta el ex presidente
Juan Rafael Mora Porras y los beneméritos de la patria José María Castro Madriz
y Ricardo Jiménez asistían a esta “fiesta criolla”, denotando una tradición
costarricense.
A lo que yo pregunto retóricamente y
a modo de comparación con respecto a la evolución que debe tener un país: ¿No
vemos mujeres con las caras tapadas en medio oriente y nos parece indignante?,
¿en cuántos países los hombres tienen mayor poder que las mujeres por pura
tradición?
Hace miles de años habían
poblaciones en las que se sacrificaban humanos, esto no quiere decir que hoy se
deba hacer también. Hay culturas y tradiciones que estancan el progreso de las
sociedades y el permitir violencia hacia otros seres es una de ellas.
Cuando se refirieron a la manera de
culminar con la vida de los animales se dieron el lujo de decir que: “los
ponemos a dormir humanitariamente con dióxido de carbono (CO2). Mueren
dignamente y no por plata como en las peleas de gallos”
Si son tan leales a la vida, los que
pagaron el campo deberían ponerse a luchar
como espartanos hasta que no puedan más, probablemente muchos costarricenses
les harán el favor de que su muerte sea digna y humanitaria.
Otro punto al que apelan para que se
permitan estas prácticas es que el país se vería beneficiado económicamente, ya
que se cobrarían impuestos por las peleas entre animales y crearía nuevos
ingresos.
El fin nunca justificará los medios,
no se pueden poner vidas de animales indefensos para conseguir unos cuantos
colones extra, hay maneras más inteligentes y sanas para hacerlo.
En el plenario se debería tomar más
en cuenta una ley que no sólo prohíba las peleas de gallos y perros, sino que se penalice cada acción que ponga en riesgo la vida de un ser.
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